lunes, 4 de octubre de 2010

El placer de comer

El otro día fui a cenar a un restaurante chino que merecía mi plena confianza. Sí, digo merecía, porque ya no la merece.

Me explicaré. Yo y una amiga nos pedimos tres platos para compartir, el último de ellos de empanadillas al vapor. Los dos primeros habían sido bastante buenos, así que ambas teníamos grandes expectativas en esas empanadillas. Pero cuál fue mi sorpresa al descubrir, tendido sobre la hoja de lechuga que hacía de base, el cadáver de un gusano...

Lo sé. Ahora saldréis los defensores de la comida natural y ecológica para decirme que eso es buena señal, que la lechuga estaba fresca. Y yo os diré: ¡ME IMPORTA UNA MIERDA! Soy una chica de ciudad, ¿vale? ¡Tengo mis límites!

Además era un gusano feo, ¡joder! Mira que hay orugas de colores, y me tiene que tocar un gusano de esos asquerosos, de color blanco enfermo!¡Os juro que cuando ese gusano estaba vivo había hecho de extra en algún capítulo de CSI!

Y por si eso fuera poco, era un gusano joven. Cruel destino… ¡Tenía toda la vida por delante! ¡No debió morir en mí lechuga! Si no hubiese estado paralizada por el asco habría rezado un Padre Nuestro para que Dios se apiadara de su alma. Pero sólo fui capaz de meterlo otra vez en esa cajita de mimbre donde te traen las empanadas...

Después me giré hacia la mesa de atrás y robé unos cubiertos y un plato limpios. No quería comer con nada que hubiese estado en contacto con el gusano. Lo reconozco, ahí me pasé tres pueblos. Pero no os engañéis, vosotros hubieseis hecho lo mismo. Y si no me creéis entrad en Google imágenes y buscad “gusano blanco”. ¿Lo habéis hecho ya? Pues ahora os lo imagináis en vuestra lechuga. Buen provecho.