Llego a las 3 de la tarde, dispuesta a darlo todo en mi día de prueba. Al final de la jornada me dirán si doy el perfil y me preguntarán si me interesa el empleo pero, mientras tanto, sólo se me permiten hacer preguntas relacionadas con el desarrollo del trabajo. Tengo que esperar 7 puñeteras horas para saber cuál es el sueldo. No me dicen el motivo, pero intuyo que, de saberlo antes, podría enviarlos a la mierda ipso facto y soltar más tacos que en todos los capítulos juntos de South Park.
Me hacen esperar en una sala (que en verdad no es una sala, sino la misma entrada con 4 sillas). La chica de recepción, que es muy amable pero no hace el huevo, tiene puesta música comercial a todo trapo. Desde el Waka-waka, pasando por David Guetta hasta llegar a una versión chunga de Manu Chao. Se oyen gritos que vienen de la sala contigua; un grupo de gente está realizando ejercicios de motivación. Cantan y corean cosas raras y yo sólo consigo retener una frase que repiten alzando la voz “¡SOMOS MERCENARIOS!”. Trago saliva e intento no pensar en lo que me espera.
Finalmente, a las 4, salen todos de la sala. Los participantes en el día de prueba somos asignados a una especie de “tutor” al que acompañaremos toda la tarde. Me toca con un chico muy simpático que no para de hacerme preguntas. No sé si eso forma parte de la entrevista o si está intentando ligar conmigo. Nos dirigimos a una urbanización pija, en las afueras de Barcelona, y yo me voy con mi “tutor” a una zona residencial. Empezamos a llamar puerta por puerta y a soltar las primeras mentiras del día: “¡Hola! ¿Es usted el dueño de la casa? ¡Tranquilo, no venimos a venderle nada!”. ¿Qué no? ¡Y una polla en vinagre! (perdón, se me ha escapado). Nuestra misión es conseguir que la gente acceda a poner en su fachada una placa de una empresa de seguridad. A cambio de esa publicidad, los clientes obtienen un descuento en la compra e instalación de las alarmas de la misma empresa. Eso, en mi pueblo, es vender alarmas.
La gente nos responde de distintas maneras. La mayoría no abren la puerta y otros nos insultan. Sólo unos pocos escuchan la explicación. Una mujer nos confiesa que está sola con sus hijos pequeños y que no puede dormir porque se siente insegura. Mi “tutor” se inventa que ha habido muchos robos y que varios vecinos han llamado a la policía. Veo como el miedo se apodera de la pobre mujer. Cada vez me da más asco lo que estamos haciendo, que no es otra cosa que manipular a la gente y jugar con sus sentimientos.
Llegamos a la oficina a las 11 de la noche. En teoría la jornada termina a las 10- 10:30h, pero aún están todos ahí, jugando con una pelotita. Al parecer siempre se quedan para tomar una cerveza (obligatoria), con lo que la jornada se alarga hasta la 1 o las 2 de la madrugada. Tras 6 horas dando vueltas, por fin puedo ir al baño. Me pregunto si los demás utilizan pañal. También tengo que hacer un examen, del cuál ya sé las preguntas, porque me las ha dicho mi tutor. Finalmente me dicen el sueldo. Ronda los 5 euros la hora. Eso sí, todo depende de lo que venda (puede ser más, pero también menos). Parece ser que les gusto; si quiero, el trabajo es mío. Pienso en las horas sin poder mear, en que tendré que ir casa por casa, en urbanizaciones alejadas, llueva o nieve, y que llegaré a casa a la 1 o a las 2 de la madrugada, cobrando 5 euros la hora. Pienso también en las mentiras, y en la mujer que tenía miedo. Y de repente ya no necesito pensar más. Que les den por culo.